sábado, 20 de agosto de 2011

Rosa marchitada.


Sentado en ese banco de metal, en ese parque. Estoy solo, no pasa nadie por allí. Siento la arena en mis zapatos, las piedras se clavan en mis pies. Agacho la cabeza, recordando que todo lo que dijiste se lo llevo el viento. Recuerdos. Recuerdos de una tarde de verano.

Miro al cielo, solo veo estrellas. Todo lo que me decías esta escrito en el cielo. Siento esa brisa que levanta mis manos, que golpea mi cara. Recuerdo lo que he vivido. Todo se quedara grabado en mi piel, será parte de mí.

Dibujo en la arena tu nombre, lo borra el viento. Demasiadas noches sufridas, demasiadas noches en vela. Me tumbo en el césped. Siento tu piel, siento tu olor. Siento una ligera brisa, parecida a tus acaricias. Los ojos llorosos, siento el picor del césped.

Hablo con mi conciencia, sin que nadie me oiga. Frío y calor a la vez. Un susurro, un suspiro. El silencio se hace dueño de la situación. Tartamudeas, no eres capaz de pronunciar esas palabras. Tus labios rajados y congelados por el frío del parque. Suspiras. El aliento se congela.

Trago saliva, todo se esfuma. Solo queda esa rosa marchita y congelada que todavía desprende tu olor. Parece que nada puede cambiar esa situación.

El ayer se fue, solo queda el mañana. Todas las palabras que se dijeron, se quedaron en el olvido. En polvo se convirtieron.

Dolorido y quemado por toda esta situación, las heridas no cicatrizan. Todo se vuelve blanco. Sientes esas cadenas que te atan, que te queman cada vez más. Pero no quieres admitirlo. Soportar ese dolor, esa angustia que no te deja respirar.

Difícil. Todo es difícil ahora. No se que sentir, no se como actuar, no se pensar. Me siento intoxicado por tu veneno, no hay antídoto para un corazón roto. Demasiadas, demasiadas piezas rotas, tiradas por el suelo.


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