viernes, 30 de septiembre de 2011

viernes, 23 de septiembre de 2011

Game over.

Ahora todo me da igual. Parece que nada me importa, ya ni si quiera me esfuerzo en seguir adelante.

No vale la pena luchar, nada me sale bien. No siento ese fuego en mi interior, nada me inspira. Se acabo la magia.

Demasiados lamentos rotos. Muchas llaves de cofre rotas. La ventana deja que el calor del sol llegue a esta oscura habitación. Siento que mi corazón ha sido demasiado bueno, demasiados latidos sin sentido, sin fe.

Me resquebrajo como el cristal congelado.

Mi rostro congelado, mis pupilas dilatadas por el frío. Mis manos agrietadas, mi sudor frío y mis labios sin aliento. Un suspiro se escapa de mis labios y un pensamiento vuela sobre mi cabeza.





“La vida es injusta, hay que aceptarla y seguir adelante.”

Parece que siempre ganan los malos. Que el héroe del juego nunca gana, siempre termina sin vidas… con un GAME OVER.

No se si la vida es injusta, de momento me demuestra que si. Nadar a contracorriente siempre, no es bueno. A veces viene bien tumbarse cuando te has caído y observar, y detenerse en los pequeños detalles, mirar esos pájaros y apreciar el olor de las rosas.




Pero el tiempo se me escapa. Los granos de arena del reloj caen, amontonándose como los años de mi vida.

Solo encuentro pequeños matices que me hacen sonreír y esbozar esa sonrisa falsa que me caracteriza.





sábado, 10 de septiembre de 2011

Luces de colores.


 Luces de colores.

La música alta. Los discos grabados. Quemando el tiempo.

Nadie escribió las metáforas. Nadie insinuó nada. El tiempo es dueño de los gritos del corazón.

Nadie esta especializado en las “máscaras”. Solo evitamos hacer daño a la gente que queremos. El amor no es lanzar una moneda al aire, no se quiere a esa persona al azar. Todo ocurre por un motivo.





Las personas no cambian con el tiempo. Se muestran tal y como son.

Todo el mundo puede dar el 100%. Toda la gente puede cambiar gracias a que escuchan a su conciencia. Nadie te a sobre valorado, nadie esperaba más de ti. Nos tenías acostumbrados a las decepciones. Te mostraste tal y como eres.

Disparaste las balas con tu nombre grabado. Pero yo tampoco soy de hierro, solo me oxidaba con tus jarros de agua fría.





Y claro que puedes vivir la vida, que puedes no tener límites. Pero por cada acto que haces, un barco se hunde en el mar.

Son “daños colaterales”.

Creo que soy demasiado sincero, que estas palabras pueden dañar. No creo. Como tu dices no te hacen daño. Pero aparentas que no te dañan, que eres de acero, que eres de titanio. Nadie sabes lo que piensas, pero no eres tan fuerte como nos quieres hacer ver.

Nadie te quita los remordimientos, nadie te quita la conciencia (que dudo que tengas).

En la vida hay dos versiones, hay dos historias. Yo cuento mi verdad, mí día a día. No me escondo bajo una máscara. ¿Y si eres tú?

No importa las palabras, lo importante es quien te mira a los ojos cuando salen de su boca.

Lo has olvidado, la vida crece entre los matices, se esconden siempre en lo que no dices, para hacerse de rogar. Y un día claro, aquellas cosas que no viviste, vuelven hoy para decirte, que no lo valoraste.

La vida se tiene que cuidar y mimar así, con pequeños matices que hacen que cambien el día a día y el mundo. Pero tienes que darte prisa, el tiempo corre y pronto el duro invierno llegará y congelará tus labios agrietados.






El frío te mostrará la dura realidad. No servirán las sudaderas de “universitas”. El karma espera hambriento y deseoso de poner a cada uno en su lugar.

Y esta es mi vida, con mis propias palabras supongo.

Puede que pienses que lo que escribo lo haga con rencor o con maldad. Nada de eso. Cada impregnación de tinta en este folio sale de mi corazón. Cada acento es una saliva de mi boca.
Todo resulta más fácil desde aquí, sentado en esta silla verde pistacho, frente a una pantalla de ordenador.

Yo siempre doy la cara, siempre tengo esa sonrisa o como tu dices esa máscara. Pero una sonrisa falsa se puede convertir en una sonrisa de felicidad. Unas palabras dañinas te pueden enseñar a ir con cautela.

Escribiste en tus cuadernos rotos, en tus folios llenos de lágrimas tus verdades. Ahora pienso que me toca a mí. En este folio, en esta partitura de la narración. Escribo mi verdad, mis sentimientos. Mi dolor.

Carezco de orgullo. Carezco de rencor (aunque por lo que he escrito parezca que no). Carezco de chulería. Pensarás que sin tener estos rasgos no llegaré a nada.

Te equivocas. Tengo humildad, tengo sinceridad pero de una cosa me siento orgulloso y es que perdono pero tampoco puedo olvidar.

Pero algo tengo claro. Mi sonrisa y mi libertad no me la quitará nadie. Y me puedes herir, herir hasta morir pero seguiré levantando la bandera.

Ahora te toca lanzar a ti.









sábado, 3 de septiembre de 2011

Hablando con mi conciencia.


Las heridas cicatrizan. Siempre habrá “daños colaterales”.

No se lo que se me pasa por la cabeza. No tengo nada claro.

Solo miro a los aviones como si fueran estrellas fugaces. Me vendría bien un sueño, algo mágico. Un deseo.

Me tambaleo en la brecha de mi corazón. No quiero volver a caer. Pero me quedo sin fuerzas. Pienso que soy una coma, que no hay que pararse a pensar en mí.

La vida es así. Unos ganan y otros pierden.

La felicidad se esfuma. Solo deja ese rastro, ese olor que añoro. Noches en vela, escuchando los suspiros del pasado.

Creo que he tocado fondo, y parece que no puedo bajar más. Solo me queda subir. Pero me falta el aire, me quedo sin fuerzas. Mis manos desaparecen. El eco de mis pensamientos me mata.

Camino por un campo de espigas de trigo. Es un paisaje que me hace sentir libre, que no lo puedo creer. Cada espiga es un segundo de mi vida. Debo hilar mi destino, debo construir mi futuro.

Bajo mi máscara permanezco débil. Bajo mi mascara, sonrío. Incluso con miedo, estaré bajo mi máscara esperando. Esperando a ser feliz.



A través de estos campos dorados. Siento las piedras en los dedos de mis pies. Las espigas rozan mis manos, dañadas y con cicatrices. Dejando un rastro de sangre, de sentimiento.

El tiempo se me escapa de las manos. Las agujas del reloj giran sin control.

Necesito quitarle las pilas. Necesito que ese reloj marque las 12 de la noche para siempre. Y así poder ver el brillo de la luna en mis ojos y sentirme libre.