sábado, 20 de agosto de 2011

Emborrachando mi corazón.


Tumbado en mi cama, con el vaso de ron vacío en mi mesita de noche. Me duele la cabeza, estoy mareado. Decían que unas pocas copas ayudarían a olvidarla. Me levanto, cada paso borracho que doy, en mi cabeza suena su nombre.
Sigo intentando dar los pasos que me llevarían al olvido. Pero por cada paso, me vengo abajo. Mis manos tiemblan cuándo me doy cuenta de que no hay nadie esperando. Llego a la cocina, con la boca seca. Buscas ese ron que tantas alegrías te ha dado. Encuentras la botella. Rota. Solo queda el olor, dulce, como el de las sirenas.
Miro en ese mueble viejo y roto. Sigo buscando esa dulzura, ese sabor que siguen en mi mente y en mi boca. Busco en el mueble, encuentro unas cuantas botellas de ron barato. Me las bebo, sin importar cuanto tiempo estuvieron abiertas. Bebido. Mi cabeza da mil vueltas, mi mundo se sacude. Escucho un ruido, una botella está apunto de caerse. Me quedo mirando la botella, es un ron que nunca había probado. La cojo, antes de que se caiga, me la llevo a la boca. El sabor, el olor es parecido al de aquella botella rota.
Mi mente me dice que no siga bebiendo, que ya tuve suficiente con aquel ron. Mi corazón dice que siga que puede ser mejor, que este sabor puede sustituir al del otro.
No se que pensar, no se que sentir. El tiempo pasa lento, soy capaz de pararlo con las yemas de mis dedos. Siento que mi corazón se acelera sin tener límites.
Demasiadas cosas en mi cabeza. De repente me desmayo, me desplomo contra el suelo de la cocina. Pero todavía siento como se clavan los cristales, de aquella botella de ron dulce, en mis manos.


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