Cuando alguien llega a tu vida, deja una huella que el
tiempo no se atreverá a borrar. Con las luces apagadas, el sueño disipado, a
veces desespero en estás fechas tan largas. No encuentro un aliento lleno en
este lugar tan vacío, y sigo llevando la rutina que cada vez me vuelve más
loco. Las horas avanzan como el tren de la ciudad, sin dejar de recordarte
cuando debes de partir. Los pañuelos blancos, oscurecidos por las lágrimas de
los días inundados por la desesperación. Y no queda nada… ahora recuerdo las
viejas guerras, y esas viejas manos que contaban las leyendas que mantienen
viva esta ciudad. Pero como he dicho antes… son leyendas que tan solo perduran
en la mente de los pequeños niños. Ahora me repito demasiado, creo que esto no
tiene cura. Si acaso será un desvarío de los de antaño.
No hay comentarios:
Publicar un comentario