sábado, 3 de septiembre de 2011

Hablando con mi conciencia.


Las heridas cicatrizan. Siempre habrá “daños colaterales”.

No se lo que se me pasa por la cabeza. No tengo nada claro.

Solo miro a los aviones como si fueran estrellas fugaces. Me vendría bien un sueño, algo mágico. Un deseo.

Me tambaleo en la brecha de mi corazón. No quiero volver a caer. Pero me quedo sin fuerzas. Pienso que soy una coma, que no hay que pararse a pensar en mí.

La vida es así. Unos ganan y otros pierden.

La felicidad se esfuma. Solo deja ese rastro, ese olor que añoro. Noches en vela, escuchando los suspiros del pasado.

Creo que he tocado fondo, y parece que no puedo bajar más. Solo me queda subir. Pero me falta el aire, me quedo sin fuerzas. Mis manos desaparecen. El eco de mis pensamientos me mata.

Camino por un campo de espigas de trigo. Es un paisaje que me hace sentir libre, que no lo puedo creer. Cada espiga es un segundo de mi vida. Debo hilar mi destino, debo construir mi futuro.

Bajo mi máscara permanezco débil. Bajo mi mascara, sonrío. Incluso con miedo, estaré bajo mi máscara esperando. Esperando a ser feliz.



A través de estos campos dorados. Siento las piedras en los dedos de mis pies. Las espigas rozan mis manos, dañadas y con cicatrices. Dejando un rastro de sangre, de sentimiento.

El tiempo se me escapa de las manos. Las agujas del reloj giran sin control.

Necesito quitarle las pilas. Necesito que ese reloj marque las 12 de la noche para siempre. Y así poder ver el brillo de la luna en mis ojos y sentirme libre.






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