martes, 8 de noviembre de 2011

Naciste astronauta.

De un millón de estrellas. De un millón de galaxias. Naciste para ser astronauta.

Su fuerza, Sus ansias de comerse el mundo. Eso es lo que le hace especial. Nada mas pisar La Tierra, clavó sus uñas en la realidad. Llegó con el corazón a mil.





Encontró a esa astronauta, la besó bajo el casco y pudo sentir el cálido roce de sus labios. Todo parecía irreal, nada era lo que se contaba en las otras galaxias. Pero esa astronauta, se fue sin avisar. Como un relámpago en su corazón, se clavo su último adiós.

Esa persona, esa noche. No quería estrellas en el cielo, no quería la luz de Sol. Con la flecha clavada en su alma. Camino sin destino, pisadas sin huellas. Nada se sostenía en su realidad.

Siempre buscando a esa chica, a esa sonrisa detrás del casco. Pero el astronauta, se quedaba sin oxigeno. Se le acababan los minutos en La Tierra. De repente el brillo de La Luna, ese cálido destello de viveza, le llamó.

No lo pensó dos veces, directo a la ilusión, con ignorancia e ingenuidad. Dispuesto a acabar con la soledad de aquel satélite.

Aterrizó. El polvo, las rocas, la soledad. Al ver eso, todo se volvió a derrumbar, solo quedaba caminar.

Caminar, caminar, caminar…




El astronauta no llegó a su destino. Miró hacia la izquierda y allí estaba. La Tierra. Con ese tono azul y tan bella y majestuosa. Una lágrima empañaba el casco y el llanto retumbaba por todo el traje.

Nadie le podía decir que todo sería distinto, que sería feliz.

Sin pasar un segundo, vio una figura. Otra vez su corazón volvía a latir, su sangre recorría sus venas azules.

Correr, correr. Es todo lo que podía hacer. Pero algo le inquietaba, algo le impedía seguir.

¿Será otra astronauta? No se preocupó por eso. Llegó a esa figura o mejor dicho a esa astronauta. Y pensó que no volvería a estar solo y que el calor volvería a su piel y que el roce de esos labios volvería a decir “Te quiero”.

¿Todo sería real? Ni el astronauta puede saberlo.






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